Laura Gutman en http://pielapiel.blogspot.com
Es posible que el inicio de la lactancia no haya sido del todo fluído y, sin embargo, con una buena dosis de paciencia lo hemos logrado. La leche finalmente fluye, el niño crece, estamos cada día más enamorados, nos vamos acostumbrando a las reacciones de nuestros pechos, nos amigamos con ellos, los reconocemos en esta nueva función nutricia… La vida nos sonríe. Pero resulta que apenas han pasado unos meses desde el nacimiento del niño, justo cuando hemos logrado que los días y las noches se acomoden, nos vemos lanzadas al tobogán del “necesario destete” porque nuestro bebé ya es “mayor”. Aparecen muchas opiniones alrededor: que tiene dos dientes, que no va a seguir mamando hasta los 18 años, que tiene hambre, que no le estamos permitiendo crecer, que necesita conocer otros sabores. La cuestión es que la escena de un niño y una madre que están juntos plácidamente extasiados en medio de la lactancia es algo que molesta. Mucho.
Pero ¿acaso hay un momento adecuado para destetar al niño?
Es oportuno aclarar que el ser humano está diseñado para mamar durante un tiempo mucho más prolongado de lo que en el mundo occidental estamos acostumbrados a pensar. La succión y el llanto son las dos herramientas de supervivencia de la criatura humana. La succión le permite nutrirse, el llanto le permite avisar que está en peligro. Ambos recursos son muy poderosos y deberíamos rendirnos ante ellos. Cualquier madre que observa a su hijo reconocerá que el niño, haya sido bendecido o no con la lactancia, continúa succionando hasta los cinco años, a veces hasta los seis o los siete. Durante este tiempo succiona lo que puede: el dedo, un trapo, un juguete o su propia lengua.
Dicho esto, no hay un momento determinado en el que “hay que” destetar a un niño. Algunos se destetan solos, otros tienen madres que deciden, con sus razones muy respetables, que ya no tienen disponibilidad para seguir dando el pecho. Muy bien. No hay problemas. La lactancia es un acuerdo entre dos personas: madre e hijo. A veces es el niño quién decide no continuar, otras veces es la madre, y otras coinciden en el momento justo para ambos. Por lo tanto, no hay motivos para que el destete sea una indicación generada desde afuera de este vínculo.
¿Pero por qué sucede tan a menudo que quedamos sometidas a decisiones médicas o psicológicas que van en contra de nuestros sentimientos? Somos muchas las mujeres alejadas de nuestra esencia, por lo tanto es fácil imponernos conductas a favor del destete precoz, a veces de manera socavada. La más común aparece en la visita pediátrica de los cuatro o cinco meses cuando el médico nos entrega una “receta” que incluye todos los alimentos que el bebé debe empezar a ingerir. La primera sensación que tenemos las madres es de angustia pero acostumbradas a dejar de lado nuestras intuiciones naturales, aceptamos. Sin preguntar. Sin explicar. Sin reflexionar. Sin conversar. Obedientes y sumisas intentamos desesperadamente introducir alguna cucharadita de algo, sintiéndonos satisfechas cuando lo logramos. De este modo agregamos preocupaciones no imaginadas días atrás, cuando estábamos acomodándonos al ritmo placentero de la lactancia. Ahora hay que agregar una hora específica para preparar el puré, y luego lavar las ollas y limpiar la suciedad que generó la intención de hacerle tragar algo de alimento sólido al niño. El bebé nunca lo pidió, nosotras tampoco, y además el puré de zanahorias resultó ser bastante menos nutritivo que nuestra leche. Poco a poco vamos aumentando las raciones diarias hasta que, en el mejor de los casos, el bebé acepta el alimento y va perdiendo interés o fuerza para succionar. En algunas ocasiones, un mes más tarde, perdemos completamente la producción de leche y el niño queda destetado tempranamente sin necesidad, cuando teníamos disponibilidad para darle de mamar y tiempo suficiente para ocuparnos de él.
Lo que me resulta asombroso es la facilidad con que las madres ”creemos” en ese profesional sin que medie diálogo al respecto. Completamente disociadas de nuestra intuición y de la relación íntima que hemos establecido con el niño, nos volvemos temerosas, inseguras, desconfiadas e infantiles. En lugar de preguntar a otros supuestos sabedores del tema cuál es el momento ideal para el destete, cada madre conectada con su esencia femenina podría cuestionarse: ¿Cómo me siento dando de mamar?, ¿cómo está mi bebé amamantado?, ¿disfrutamos?, ¿tenemos algún impedimento para continuar?, ¿crece bien y feliz?, ¿alguien resulta perjudicado?, si la gente se molesta, ¿no será a causa de problemas que ellos necesitan resolver?
El destete debería ser espontáneo, y cada díada mamá-bebé tendría que manejarlo en tiempos muy personales… Cada díada madre-hijo debería tener su propia y original historia. Nosotras, si nos lo permitimos, sabemos qué necesitamos y qué experiencia nos hace más armónicos y felices.
Nadie desde afuera de la relación tiene derecho a dar indicaciones generales sobre cómo y cuándo destetar a un bebé… Muchas madres nos angustiamos al preguntarnos cómo actuar cuando “ debemos” negarle el pecho a nuestro bebé mientras éste llora desconsoladamente reclamándolo. Sin embargo, si nos ponemos la mano sobre el corazón, con frecuencia resulta que no tenemos inconvenientes en seguir amamantando a nuestro bebé. Es evidente que estas normas generales son de lo más absurdo, tanto para nosotras como para nuestros hijos pequeños. El manejo autónomo de la lactancia en cuanto a su modalidad y duración… no incumbe a nadie más que a la madre y al niño. Todas las opiniones deberían quedar en calidad de lo que son: opiniones.
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